La Sarmientomanía
Hace algunos días se cumplieron 200 años del nacimiento de Domingo Sarmiento, uno de los personajes más polémicos y banalizados de la historia argentina. Todos se ocuparon de él. De repente revivió, salió del cofre de los recuerdos, de la telaraña bibliotecaria.
En lo personal, no tengo una postura definida sobre su pensamiento y, ante la duda que aún me siembra, destaco sus puntos positivos, como así también sus partes más oscuras.
A continuación, un interesante análisis de José Pablo Feinmann:
El elefante pisado
Domingo 19 horas. La primera fecha iba llegando a su fin sin demasiados estruendos. Nadie imaginaba la tormenta que se avecinaba en la bombonera en una tarde-noche que pintaba para el reencuentro, la fiesta, la expectativa. Todo se desvaneció. El humilde Godoy Cruz se robó el jolgorio y, tras el 4 a 1 final, demostró quien es el verdadero equipo.
Hace algunas semanas, en pleno fervor por la buena racha veraniega del xeneize, indicaba interrogantes que Falcioni debía descifrar antes del comienzo del campeonato. La extensa cantidad de volantes se tornaba una bomba de tiempo que, sin un adecuado tratamiento, estallaría por decantación. Battaglia, Erviti, Somoza, Rivero, Colazzo, Chávez y Riquelme pelean por tan sólo 4 cupos. Pero ese no es el único problema. Más difícil es elegir cuando varios de ellos son emblemas del club y se transforman en inamovibles más allá de que no se hallen en su mejor versión.
Lo que sucedió el domingo fue sorprendente pero a la vez lógico. Falcioni desarmó la estructura sólida, aguerrida y dinámica del verano para dar lugar a jugadores que por peso propio no pudo dejarlos en el banco. El 4-4-2 mutó a un difuso 4-2-2-2. El cuadrado compuesto por Battaglia y Somoza en la marca, y Riquelme con Erviti en la creación, fue un dulce sueño, nada más. Ninguno pudo aportar despliegue, cambio de ritmo, aceleración, sorpresa. Fue una constante meseta, previsible, fácil de desarticular. Encima, nunca advirtió los enormes huecos que dejaba por las bandas. Clemente Rodríguez y Calvo se vieron en la obligación de recorrer 100 metros de área a área sin garantías ni eficacia. Para colmo, en la primera aproximación del tomba, el arquero Javier García recordó por qué los técnicos dudan hasta último minuto en ponerlo como titular. El único que se salvó fue Mouche, por atrevimiento y desfachatez, por audacia y personalidad para pedir siempre el esférico.
El cimbronazo de Boca ocultó, sin embargo, el gran trabajo de su rival. En la anterior columna había remarcado que Godoy Cruz tendría buena vida en la Copa dado que solía convertir seguido de visitante. Vaya que tal idea se cumplió. Sin sus mayores referentes del certamen pasado (Leonardo Sigali, Ariel Rojas, David Ramírez, Jairo Castillo y César Carranza), se las ingenió para dañar mucho por los costados y aprovechar la verticalidad del uruguayo Carlos Sánchez, figura del match. Diego Villar, por su parte, puso la pausa y la experiencia necesaria en pos de manejar el termómetro del juego.
Fue un triunfo que no sólo festejaron los mendocinos. También fue una reivindicación de los equipos chicos que, semestre tras semestre, sufren el saqueo de los conjuntos grandes por su elevada disposición monetaria. En ese punto, Rubén Ramírez, ex Banfield y un pupilo de Falcioni (le dio continuidad en Colón y lo llevó al taladro), se convirtió en el verdugo de la fiesta que nunca pudo ser. Toda una paradoja.