Llegamos a la fecha 16. Es hora, para varios equipos que pelean cosas importantes, de hacer un paréntesis, frenar la pelota y reflexionar.
Los equipos que aparecen en la cúspide de este vertiginoso torneo argentino no son tan sólidos como los números pueden indicar.
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San Lorenzo no es aquel fenomenal conjunto que todos catalogaban como perfecto. Las fallas están, es indudable, y la impaciencia de la gente no colabora para tranquilizar el ambiente tenso.
Tigre, un club humilde y silencioso, no supo asegurar su condición de líder. Claro que no le tocaron obstáculos débiles en el sendero, pues Colon y Estudiantes son duros de quebrar en su casa.
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Morel fue clave en esta proeza, pero el resto de los jugadores no han cumplido suficientemente con la tarea de un presunto campeón. Lázaro y Altobelli no son cuota de gol confiable, los volantes externos (Giménez y Rosano) pasan de la excelencia, al juego novato e intrascendente, y los defensores parecen principiantes cuando los encaran con balón dominado.
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Y esto que le ocurre al team de Cagna es lógico. Hasta antes de comenzar el torneo, ¿Quien sabía sobre Morel, Rosano, Paparatto, Fontanello y Altobelli, por ejemplo?
Lo bueno para el matador es que tiene dos encuentros accesibles como local, y llega de atrás, sin las presiones que poseen Ischia y Russo de ganar sí o sí.
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El xeneize tampoco destiñe el esférico con brillo y claridad. Es más, por lo general suele ganar ajustado y con polémica de por medio. Todavía nos preguntamos como fue que el árbitro no sancionase dos penalazos para el ciruja. Riquelme solo es respaldado por los puntajes de los diarios, puesto que en el césped verde no riega buen fútbol, sino los continuos escupitajos y las gotas de un sudor falso.
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Si los miedos emergen en los equipos que pugnan por cosas “lindas”, imagínese el agobio y la angustia de los que sufren la injusticia de los promedios, y viven, casi de por vida, con la soga al cuello. En este sentido, San Martín y Godoy Cruz son protagonistas ilustres de las modificaciones de posiciones. Ninguno de los dos alcanzó la pequeña regularidad que supone jugar en la primera categoría, y por eso es que ya han perdido el respeto en sus estadios. La “Ciudade” y el “Malvinas”, lejos están de ser inexpugnables, por lo que se acrecienta los peligros, sumado al derecho de piso que se debe pagar.
Hablamos de derecho de piso porque no se puede dejar de nombrar los constantes fallos perjudiciales para estos equipos. El tomba, sin temor a decirlo, es el más damnificado por estos errores. Seguramente hay camisetas que pesan más que otras en este bendito campeonato casero.
En torno a los dos ascendidos, los demás se van adaptando, más arriba o más abajo, en la tabla. Los lobos han sumado, pero no lo proporcionado para aflorar del fondo.
Así, Racing, Banfield y los elencos rosarinos respiran, esperando con positivismo que el fútbol argentino de devore al ciruja y el bodeguero.
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Habrá que esperar a que la bola vuelva a rodar para comprobar quien es el más sólido, en lo que pareciese ser la supervivencia del más fuerte.