La TV del vómito


Hace algún tiempo atrás, 4 años para ser más específicos, el filósofo José Pablo Feinmann visitaba el programa de archivos “TVR” como crítico invitado. Allí, analizando con suma decepción y sorpresa los distintos contenidos de la TV abierta, acuñó una frase contundente y categórica. A la televisión basura, berreta, la denominó “La TV vomitiva”.

Hoy, 4 años después, el deseo del pensador argentino continúa inconcluso. Peor, día a día notamos como cada vez más se desvirtúa la llamada “caja boba”. Espacios que se llenan con amarillismo, grillas cubiertas de puro chisme, formatos que se repiten hasta el cansancio y una búsqueda frenética por no perder pisada en el minuto a minuto. Así de desolador es el panorama. No es exagerado, es la mismísima realidad.

Atravesamos una época en donde se destaca únicamente al que llega al éxito, sin evaluar como fue que alcanzó ese objetivo. De esta manera, productores, conductores y periodistas se enfermizan por el rating, y más recientemente por el diabólico minuto a minuto.

Mientras nos entretenemos frente a la pantalla, no nos damos cuenta de la pésima calidad artística. En este punto, lo que prima actualmente es el show. Sin show ni espectacularidad no hay programa que se sustente. Showmatch, Intrusos y Susana Gimenez, con diferentes matices, son abanderados de estas premisas. Al llegar a las grandes ligas, todos tienen muy aprendido el libreto y se adaptan: si hay que mostrar mujeres desnudas, si hay que poner cuponeras, si hay que invitar al mediático de la semana, no hay drama. En la tele de hoy todo se permite. La gente, mientras tanto, se distiende de horas y horas de trabajo insufribles.

Muy pocos espacios subsisten a esta precariedad televisiva. Se cuentan con una sola mano. Uno de ellos, importante de subrayar, es Encuentro, un canal educativo que surgió de una idea de Daniel Filmus, ministro de Educación en la gestión de Kirchner. Encuentro, por su calidad técnica, de contenido y por su plena dedicación a fomentar diversos ángulos de la cultura, se ha convertido en un verdadero orgullo nacional y latinoamericano.

Observar en estos tiempos tan superficiales a Adrián Paenza modernizando la concepción de la Matemática, al mencionado José Pablo Feinmann enseñando con su habitual carisma y fanatismo cuestiones de filosofía, y a Eduardo Galeano desarrollar su paradojal pensamiento, resulta de un enorme valor. El éxito del canal radica también en el dinamismo y la lógica pedagógica, esto es, educar y enseñar a partir del estímulo, del entretenimiento, modernamente, sin ese absurdo prejuicio de que lo cultural es aburrido, tedioso, opaco.

Sin embargo, lamentablemente, el ejemplo de Encuentro es un oasis en el medio del desierto. En vez de eso, prevalece el impacto, la morbosidad. Paralelamente, el nivel de exigencia del espectador ha disminuido. La señal más clara es Marcelo Tinelli, un empresario y conductor, que no tiene la más mínima vergüenza en aceptar que sus productos de basan en la sistemática generación de audiencia.

En el primer semestre del año pasado, la tendencia arrolladora del rey televisivo había mermado. Muchos creyeron que su sostenida popularidad caería definitivamente. No le funcionaban ni los chicos bailando, ni los skechts humorísticos, ni las imitaciones de famosos. Sonaba a declive. Error. Tinelli escondía un as bajo la manga: Ricardo Fort.

El multimillonario, un muñeco musculoso que tiene jopo, mandíbula de superhéroe, tatuajes en los brazos y un grupo de guardaespaldas que él mismo se financia para vivir una vida divertidísima, conquistó al país. Increíble, impensado. Fort se exponía, los medios vendían con él, Tinelli zafaba una vez más y la rueda de la berretez seguía su curso. Una rueda que, tristemente, cierra a la perfección

 

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